Es evidente que el proceso a Casanova es el más estudiado en el Palacio de las Prisiones. Quienes han revisado los documentos originales coinciden en que las acusaciones en su contra no eran verdaderos crímenes (salvo quizás una), sino más bien “cuestiones sobre su persona y su estilo de vida”.
La primera acusación era ser masón, lo cual era cierto, aunque en esa época ser parte de una sociedad secreta era popular. La segunda era dedicarse a la alquimia y prácticas mágicas, en las que realmente estaba involucrado. La tercera acusación, quizás el único delito real, era una estafa organizada como una rifa para engañar a los crédulos. La más grave era el “libertinaje”, confirmada por su autobiografía, que retrata una sociedad de libertinos, donde muchos en Venecia llevaban un estilo de vida similar, incluidas las mujeres.
Casanova, con su personalidad exuberante, chocó con el embajador de Francia por una relación con la misma mujer, lo que generó molestias en los círculos políticos venecianos, quienes decidieron “deshacerse” de un personaje incómodo. Por ello, se le impuso la pena máxima, condenándolo a los Piombi, las celdas más duras.