Se dice que los venecianos entran en una góndola solo dos veces en la vida: el día de su boda y de su funeral. Hoy en día se utiliza únicamente para finalidades turísticas. Pero, hasta el siglo XVIII, las góndolas eran solo de propiedad de los nobles que tenían gondoleros al proprio servicio. De hecho, se podrían definirlos como los taxistas antiguos: se mantenían al día sobre las noticias y ablatorias de los aristocráticos venecianos, que solían frecuentar burdeles, casinos y noches románticas en góndola con la propia amante, escondidos bajo el “felze”, cobertura removible en el centro de la góndola, que hoy no se usa más. El comportamiento impertinente de los gondoleros era siempre perdonado porque sabían que estos conocían los secretos más íntimos de la aristocracia veneciana. También hoy en día, siguen teniendo la
reputación de ser un poco descorteses a causa de su costumbre a vocear desde lejos para hacerse oír. Cuando giráis la esquina de un canal, el gondolero gritará “Oè”: un sonido típico que se ha vuelto parte de la ciudad. Los gondoleros están profundamente orgullosos de su trabajo y de ser los representantes de una tradición secular. Suelen hablar casi solo en veneciano y, a veces, es mejor no entender lo que dicen.