Después de casi dieciocho años de ausencia, Giacomo Casanova regresó a Venecia en 1774, encontrando una ciudad profundamente cambiada. Con la muerte de su protector Matteo Bragadin y la suspensión de su pensión, Casanova se encontró en dificultades económicas.

Entre los pocos amigos que le quedaban estaba Pietro Zaguri, un patricio veneciano y entusiasta de la arquitectura. Zaguri le aconsejó trasladarse a Trieste, cerca de la frontera veneciana, para demostrar su buena conducta bajo la vigilancia de los informantes de los Inquisidores de Estado.

Trieste resultó ser la elección correcta, gracias a su proximidad a Muggia, territorio veneciano, y a la presencia del barón Pietro Pittoni, jefe de la policía austriaca, presentado a Casanova por Zaguri. Siguiendo el consejo de su amigo, Casanova comenzó una nueva etapa de su vida, aceptando el papel de informante para los Inquisidores de Estado y adaptándose a los desafíos de su tiempo.